Cada cuatro de julio se conmemora el día de 1776 en que las trece colonias adoptaron la Declaración de Independencia, certificando el nacimiento de una América independiente. Desfiles populares, fuegos artificiales y barbacoas cubren el país de punta a punta. En cuanto a los Presidentes de la república federal consitucional antes de El Donald (a.D.), no todos han celebrado ese día con la misma pasión.
El tercer Presidente, Thomas Jefferson, inició en 1801 la tradición de organizar una recepción oficial en la Casa Blanca con motivo del Día de la Independencia. Jefferson es uno de los tres Presidentes que han muerto un cuatro de julio (los otros son el que le precedió, John Adams, y el Presidente número cinco, James Monroe).
Lo de festejar el cuatro de julio por todo lo alto no se puso de moda hasta la década de 1820, durante el mandato del quinto Presidente, James Monroe. Fue el resultado de la ola de patriotismo que recorrió el país tras la guerra anglo-estadounidense de 1812, tras la cual nadie volvió a cuestionar la independencia de la joven república. Pero el Congreso no declararía el cuatro de julio fiesta nacional hasta 1870, durante el mandato de Ulysses Grant.
Zachary Taylor, Abraham Lincoln y James Garfield vivieron los peores cuatro de julio para un Presidente. Para el duodécimo Presidente, "el viejo campechano", la jornada del cuatro de julio de 1850 empezó bien con la colocación y bendición de la primera piedra de lo que sería el Monumento a Washington; pero en la fiesta que le siguió, un atracón de cerezas y leche helada le produjo una gastroenteritis que le llevó a la tumba cinco días después. Al mandatario número dieciséis, "el gran emancipador", le tocó convocar al Congreso para pedir más recursos para la guerra civil el cuatro de julio de 1861. Y el vigésimo Presidente, "el barquero Jim", pasó el cuatro de julio de 1881 encamado después de haber recibido dos disparos esa misma semana; murió dos meses más tarde.
En su primer cuatro de julio como Presidente, en 1902, Teddy Roosevelt, de solo 43 años, exhibió su don para la oratoria y su impactante capacidad de convocatoria ante una multitud de más de 200,000 personas en el parque Schenley de Pittsburgh. El cuatro de julio de 1940, su primo en quinto grado, Franklin D. Roosevelt, Presidente número treinta y dos, donó al gobierno federal la biblioteca personal que había construido en Hyde Park, Nueva York, iniciando así la tradición de las bibliotecas presidenciales.
El trigesimocuarto comandante en jefe y héroe nacional en vida, Dwight D. Eisenhower, se pasó la mayoría de sus ocho Días de la Independencia como Presidente haciendo lo que más le gustaba hacer: jugar al golf. Los restantes se los pasó en Camp David o en su granja de Gettysburg haciendo la otra cosa que más le apetecía: echar la siesta.
En las últimas décadas, los inquilinos de la Casa Blanca han dedicado el cuatro de julio a contemplar los fuegos artificiales desde el Balcón Truman o a organizar un picnic para familias de militares en el Jardín Sur, y de vez en cuando han hecho algo especial.
Con los Padres Fundadores. Por caprichos del destino, a un Presidente accidental, Gerald Ford, le tocó presidir la mayor celebración del cuatro de julio que se recuerda. Fue en 1976 con motivo del bicentenario. Ford visitó Valley Forge, Pennsylvania donde en el invierno de 1777-1778 George Washington organizó y disciplinó al ejército continental que después obtendría las decisivas victorias de Barren Hill y Monmouth. Después, como ya hicieran Woodrow Wilson (1914) y John F. Kennedy (1962), Ford ofreció un discurso en el Independence Hall de Philadelphia. Más tarde, presidió en Nueva York una revista naval en la que participaron espectaculares goletas clásicas. A pesar de que la confianza del país en sí mismo estaba por los suelos tras los traumas de Vietnam y Watergate, aquel fue "el cumpleaños más feliz" de América.
Aterrizaje del Marine One en Valley Forge
Discurso en el Independence Hall
Con los cosmonautas. En 1982, Ronald Reagan pasó su segundo cuatro de julio como Presidente en la Base de la Fuerza Aérea Edwards en Bakersfield, California presenciando en vivo el aterrizaje del transbordador espacial Columbia y saludando a los astronautas Thomas Mattingly y Henry Hartsfield, que volvían de una misión de cuatro millones de kilómetros.
Con el automovilismo. Dos años después, el cuatro de julio de 1984, en plena campaña por la reelección, el Presidente Reagan se fue a una carrera de coches en el circuito de Daytona en Daytona Beach, Florida. Reagan se puso a los micrófonos con el emblemático Ned Jarrett de la MRN Radio (la voz del NASCAR) para rememorar sus días como locutor deportivo.
Con el águila americana. El cuatro de julio de 1996, el Presidente Bill Clinton liberó un águila calva o águila de cabeza blanca (popularmente conocida como águila americana) en la bahía de Chesapeake, Maryland. El animal había sido tratado de unas heridas y se llamaba, como no podía ser de otra manera, Libertad. Clinton estaba en campaña y el evento era un guiño a los grupos de intereses ecologistas.
Con los nuevos estadounidenses. En su último cuatro de julio (2008), el Presidente George W. Bush presidió en Monticello, la antigua residencia de Thomas Jefferson en Virginia, una ceremonia de nacionalización de 72 nuevos ciudadanos estadounidenses procedentes de treinta países. Franklin D. Roosevelt (en 1936) y Harry Truman (en 1947) también visitaron Monticello con motivo del cuatro de julio. Desde 1963, más de 3,000 personas han jurado la ciudadanía en Monticello; es la ceremonia de nacionalización ininterrumpida más antigua de Estados Unidos fuera de las salas de justicia. Barack Obama siguió el ejemplo de Bush y presidió ceremonias de nacionalización de nuevos estadounidenses en cuatro de julio, pero en la Sala Este de la Casa Blanca.
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Posdata
En este cuatro de julio os invito a conducir con nuestro amigo J Utah por el downtown de dos diudades americanas cercanas pero muy distintas: un paseo por Los Angeles, la típica ciudad americana fea, y otro por San Francisco, la típica ciudad americana bonita. Por lo demás, ya sabéis, los cuatro de julio hay que ver Tiburón (1975) de Steven Spielberg. Pero para variar un poco, otra película muy americana (de un tipo de cine americano que ya no se hace) y muy disfrutable, aunque no relacionada con la fecha, es El expreso de Chicago (1976) de Arthur Hiller (ver aquí), que nos lleva de la Costa Oeste al Medio Oeste.