miércoles, 6 de diciembre de 2017

La dura hora de la retirada (IV)

5 de marzo de 1992. Habiéndose quedado sin dinero después de una serie de derrotas, Bob Kerrey anuncia el final de una campaña presidencial que prometía bastante cuando empezó.

"Me siento un poco como el equipo jamaicano de carreras de trineo", dice el senador por Nebraska en una conferencia de prensa en el Capitolio. "Tenemos mucho espíritu, pero desafortunadamente no hemos conseguido muchas medallas".

Celebradas primarias y cáucuses en once estados hasta ahora, Kerrey solo ha obtenido una medalla de oro en Dakota del Sur y un bronce en New Hampshire.

El ya ex candidato comenta, sin embargo, que siente haber "ganado muchísimo" con la experiencia, y deja entrever que puede haber sido solo un ensayo general para una campaña más potente en 1996 si los demócratas pierden en noviembre. Muchos estrategas del partido del burro siguen viendo a este veterano de Vietnam, antiguo gobernador y empresario de 48 años (con un currículum más redondo que Bill Clinton pero sin su labia) como una de las mejores posibilidades de los demócratas para recuperar la Casa Blanca en el futuro.

"La causa que me llevó a meterme en esto sigue viva y siento un sentido de propósito de participar en esa causa. He puesto el cargo de Presidente de los Estados Unidos en mi punto de mira", dice Kerrey. "La llama sigue viva".




9 de marzo de 1992. El Senador Tom Harkin abandona la carrera presidencial demócrata asegurando que seguirá creyendo en su causa populista y defendiéndola "pase lo que pase, mientras viva".

El iowano, que propone una nueva ley de derechos civiles para los discapacitados, ha sido el máximo representante del ala izquierda del Partido Demócrata en estas elecciones y se va con tres pequeñas victorias (Iowa, Idaho y Minnesota) y un segundo puesto (Dakota del Sur) en su haber.

La salida de Harkin deja a muchos sindicatos, como el de Trabajadores Automotrices Unidos o la Unión Internacional de Trabajadores Eléctricos, sin un candidato claro al que apoyar. Los grandes sindicatos industriales estaban listos para apoyar su campaña en las primarias de Michigan e Illinois el 17 de marzo. Ahora tendrán que elegir entre Bill Clinton, Paul Tsongas o Jerry Brown, ninguno de los cuales es un demócrata ortodoxo.




19 de marzo de 1992. Tras dos flojos segundos puestos en Michigan e Illinois, Paul Tsongas suspende su campaña presidencial lamentando no contar con el dinero que necesitaría para seguir adelante. Sin dinero, "la alternativa era hacer el papel de aguafiestas", dice el ex senador por Massachusetts y superviviente del cáncer en su comparecencia ante los medios en Boston. "No es eso de lo que yo verso. Eso no es noble. No sobreviví a mis duras experiencias para ser el agente de la reelección de George Bush".

Este economista de 51 años, hijo de un inmigrante griego, ha sido la sorpresa de las primarias. Sin carisma, ha ganado seis estados en el último mes (New Hampshire, Maryland, Washington, Utah, Arizona y Massachusetts) con un programa audaz titulado Un llamado a las armas económicas, que propone trasladar al ámbito económico actual el espíritu que propició la toma de conciencia de la población de las Trece Colonias y la revolución contra la dominación británica.

Su decisión de abandonar, que ha sorprendido a los observadores, deja a Jerry Brown como único rival de Bill Clinton en las restantes 21 primarias y cáucuses demócratas.




11 de julio de 1992. Las primarias demócratas concluyeron hace un mes y Bill Clinton supera con creces el número de delegados necesario para ser nominado en la convención demócrata dentro de unos días en el Madison Square Garden de Nueva York. Pero su rival más incómodo de las primarias, Jerry Brown, un verso suelto que no está sujeto a rima en el partido, no es de los que se retiran y sigue actuando como si todavía fuese candidato o algo parecido.

El ex gobernador de California llega en tren a Nueva York rodeado de un gran alboroto y dispuesto a pelear hasta el final por su programa electoral de 34 páginas llamado Nosotros el Pueblo, que propone otorgar a los votantes la posibilidad de votar la opción "Ninguno de los anteriores", una especie de abstención activa.

"Nuestro sistema democrático ha sido objeto de una toma hostil diseñada por una confederación de corrupción, arribismo y consultores electorales", denuncia el programa propuesto por Brown. "El dinero ha sido el lubricante que engrasa los acuerdos".

El programa propuesto por los oficiales de la convención, controlados por la campaña de Clinton, le parece que "está lleno de un lenguaje empalagoso e impreciso".

Brown, que controla un pequeño grupo de 596 delegados, dice que si Clinton quiere ganarse en noviembre el apoyo de sus más de cuatro millones de votantes de las primarias, debe hacer más que limitarse a decir que es un agente de cambio simplemente por pertenecer a una nueva generación.

"Personalmente, no tengo mucha prisa", dice Brown en una rueda de prensa improvisada a su llegada a la Penn Station en el centro de Manhattan, cuando le preguntan si podría apoyar al gobernador de Arkansas en otoño. "La gran campaña empieza después del Día del Trabajo. Estamos aquí para la convención. Queda muy poco suspense y sin duda no queremos eliminarlo totalmente".

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