En los años setenta, coincidiendo con la pérdida de confianza de los votantes en la vigente clase política después del Watergate, los baby-boomers, generación que dará al menos tres Presidentes, empiezan a presentarse a cargos políticos por toda la nación.
Uno de ellos es Bill Clinton, un desconocido profesor de Derecho de la Universidad de Arkansas de 28 años que en 1974 aspira a derrotar al Congresista republicano John Paul Hammerschmidt. El 3º Distrito de Arkansas, que abarca las encantadoras ciudades de Bentonville, Fayetteville, Springdale y Fort Smith, es tan conservador que ningún demócrata importante busca el escaño. El desconocido veinteañero aprovecha el hueco para darse a conocer con un mensaje cercano al pueblo: "El pueblo americano tiene un sentimiento general de indefensión ante la burocracia federal, que es inflexible, distante e irresponsable".
Arkansas es un páramo en la política nacional de los años setenta, frecuentemente clasificado como uno de los estados más pobres y con peor nivel de educación del país. No es el lugar idóneo para empezar para alguien que busca hacerse un nombre en la política nacional a largo plazo, pero puede ser un buen lugar para empezar a experimentar.
Clinton lanza anuncios de televisión que hoy en día podrían ser perfectamente carne de una serie o película satírica en clave de comedia sobre un político oportunista. Los spots muestran al joven arkansano, educado en Georgetown, Oxford y Yale, tomándose una Coca-Cola sentado en una banqueta con dos lugareños o conversando con votantes apoyado en un surtidor de gasolina y en un tractor, mientras suena una cancioncilla rústica elogiando al candidato:
"Si pagas demasiado por los frijoles y las verduras y si has olvidado lo que significa carne de cerdo y bistec, hay un colega aquí al que deberías escuchar. Bill Clinton está preparado, también está harto. Él es muy como yo, él es muy como tú. Bill Clinton quiere conseguir resultados. Así que vamos a enviarlo a Washington".
Otro de los baby-boomer que trata de abrirse paso en la política en los años setenta es George W. Bush, un treintañero de pelo ondulado con un apellido estelar que opera una pequeña compañía de exploración petrolera en Texas. En 1978, el hijo del ex director de la CIA y ex presidente del Comité Nacional Republicano, George H.W. Bush, se presenta al Congreso por el 19º Distrito de Texas, que incluye las ciudades de Big Spring, Abilene y Lubbock y ha estado representado por políticos demócratas desde su creación.
"Si me presento, seré el más elegible. Totalmente. No tengo dudas. En un mercado mediático grande como Texas, tener un nombre conocido es importante. Yo lo tengo", es la máxima con la que el joven Bush se hace con la nominación republicana.
Pero valerse del apellido para hacer carrera política lejos de los centros de poder de Austin o Washington, DC también puede tener efectos contraproducentes. ¿Se siente parte de una dinastía política?, le preguntan a menudo. "Eso implica que heredas algo", responde él. "No me da miedo el trabajo duro. El concepto de dinastía simplemente no existe. Si quieres decir tradición política, entonces sí".
En las elecciones generales, su oponente demócrata, Kent Hance, pinta a Bush como un señorito que no está en contacto con las inquietudes y aspiraciones de los texanos rurales del 19º Distrito debido a sus raíces familiares en Connecticut y Nueva York y su paso por Harvard y Yale.
Para contrarrestar las críticas, Bush dice que no aceptará que "Gobernadores Reagan, Presidentes Ford, George Bushes o John Connallys", figuras republicanas nacionales, vengan al Oeste de Texas a hacer campaña a su favor porque quiere que los votantes se concentren solo en el candidato.
Los dos, Clinton y Bush, pierden aquellas elecciones.
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