4 de julio de 1984. Es un día histórico en Decatur, la octava ciudad de Alabama. El Presidente de los Estados Unidos está en la localidad para asistir al festival anual "Espíritu de América".
Ronald Reagan ganó Alabama por solo 17,000 votos (un 1.3 por ciento) en 1980 contra el sureño Jimmy Carter. Este año nadie duda de que el Presidente logrará sin esfuerzo una cómoda victoria en el estado del algodón. ¿Por qué ir allí? ¿A quién rayos le importa Alabama?, se preguntan los engolados analistas nacionales.
Ed Rogers, responsable de la campaña de reelección del Presidente en Alabama, explica la decisión de pasar el Día de la Independencia de un año de elecciones en la generalmente desdeñada Alabama. "Es un buen evento para él. Es patriótico. Es su tipo de evento y es su tipo de gente".
Decatur brinda al Presidente una bienvenida como las que solo suelen ofrecer las ciudades pequeñas. The Daily, el principal periódico de Decatur, publica un editorial titulado "Hagamos que sea un gran día" en el que pide a los vecinos "limpiar, arreglar y pintar nuestras propiedades. Desmalezar las calles y los jardines descuidados".
Unas 25,000 personas se movilizan para ver al comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo en un parque de este lugar olvidado de la ribera del río Tennessee. Siguiendo la moda clásica sureña pensada para el calor y la humedad, Reagan aparece vestido con un traje blanco.
Chris Hames, un chaval de 12 años, le lanza al Presidente la gorra de su equipo de la Dixie Youth Baseball. El Presidente se la prueba y la enseña a la multitud. Hames todavía no lo sabe pero tendrá ocasión de encontrarse con Reagan en el backstage y será invitado a su segunda Inauguración el 20 de enero de 1985.
El Presidente Reagan pronuncia un discurso de unos veinte minutos.
"Qué maravilla de festival. Y lo más impresionante es que empezasteis esta celebración anual del Cuatro de Julio hace dieciocho años, cuando algunas personas decían que el patriotismo estaba pasado de moda en aquella época", dice. "Bueno, supongo que aquí en Decatur nunca estuvo pasado de moda. Cuando otras personas estaban quemando nuestra bandera, vosotros la estabais ondeando. Y no sé si alguna vez un Presidente os ha dado las gracias por ello, pero, por favor, aceptad mi gratitud y mi admiración".
"Respeto los valores arraigados aquí y el orgullo que es parte del carácter sureño", les dice a los alabamianos. "Me atrae vuestro buen juicio y vuestras tradiciones decentes, vuestra fidelidad a Dios y vuestra fe en vuestra región. Y conozco vuestro amor por nuestro país y que sois muy protectores con él".
Habla de la misión providencial de EEUU citando a John Winthrop: "Deberíamos ser una ciudad resplandeciente sobre una colina para todo el mundo".
Pero el viaje a Decatur no será el último que haga a Alabama en esta campaña electoral...
15 de octubre de 1984. Faltan tres semanas para las elecciones. El Presidente Reagan vuelve a Alabama, esta vez a Tuscaloosa, no demasiado lejos de donde un meteorito aterrizó en el sofá de una mujer en los años 50 (el único caso registrado de meteorito que golpeó a un ser humano), para dar un mitin en la Universidad de Alabama y echar una mano a Albert Lee Smith, un candidato al Senado que busca ganar montado en los faldones de Reagan.
Cuando, concluido el mitin, Reagan se dirige hacia el aeropuerto para abandonar el estado, la limusina presidencial se desvía y hace una parada inesperada (inesperada para los demás, pero bien planeada por su equipo) en un restaurante McDonald's.
El Presidente pide un Big Mac con patatas fritas y un té helado al estilo sureño que paga con un billete de 20 dólares que saca de su bolsillo. Busca una mesa para disfrutar de la comida. Se acerca a Charles y Greg, dos vecinos de Tuscaloosa, y les pregunta si puede sentarse con ellos. Cómo no, estos le dicen que sí.
¿Cuándo fue la última vez que comió en un McDonald's?, le preguntan los reporteros.
"Bueno, fue antes de que consiguiera este trabajo", dice el Presidente. "Pero a veces lo echo de menos. He pensado que siempre y cuando tenga la oportunidad, podría aprovecharla y parar en uno".
Pero la parada no es en absoluto improvisada. Cuando el Presidente se marche, el encargado del restaurante explicará al Tuscaloosa News que "hacia las nueve y media de la mañana, he visto a dos tipos trajeados husmeando en el contenedor de basura y me he preguntado, ¿quién demonios son estos tipos?. He salido y les he preguntado qué estaban haciendo y me han dicho que estaban con el Servicio Secreto y la Casa Blanca y que el Presidente quería parar aquí a comer".
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