El 5 de octubre de 1960, el Senador John F. Kennedy, nominado presidencial demócrata, llega a Indiana, un estado que desde 1940 ha votado a los republicanos en cinco elecciones presidenciales consecutivas. El senador por Massachusetts tiene para los indianeses un mensaje muy duro (y clarividente) que conecta la suerte de su prolongado bienestar económico a las incógnitas de un futuro global.
"Los molinos de trigo han caído, las acerías están al 50 por ciento. Hubo una recesión en 1958 y menos de dos años después, encontramos una economía que en otoño, que debería ser nuestra mejor época, avanza a un ritmo de crecimiento más lento del debido. Este estado y este país van a tener que buscar 25,000 nuevos empleos cada semana en los próximos diez años para mantener el pleno empleo", dice Kennedy en un mitin en el corazón del estado conocido como Encrucijada de América por su situación geográfica.
"Aquí tenéis una fábrica de General Motors y los que trabajáis allí sabéis que la nueva maquinaria está reemplazando a los hombres. Y salvo que la economía de este país avance al doble de ritmo que ahora, no podemos mantener el pleno empleo en los Estados Unidos.
"Salvo que este país vuelva a avanzar, este estado no avanzará. No me importa lo que pase en Indiana por sí sola, a menos que el resto del país avance. ¿Quién compra los productos de General Motors? No los ciudadanos de Indiana sino los ciudadanos de los Estados Unidos. Por lo tanto, en este estado, que durante 24 años ha sostenido a los republicanos, creo que deberíais darnos una oportunidad. Creo que deberíais darnos una oportunidad para liderar.
"Creo que la elección es entre quedarse quieto e ir a la deriva o avanzar. La elección es entre completar las obligaciones inacabadas de nuestro país y la causa de la libertad alrededor del mundo o vivir sin rumbo los primeros años sesenta, la época más difícil y peligrosa en la vida de nuestro país".
La terrible advertencia de aquel hombre que parece contar con información del futuro impacta a las miles de personas que se acercan a verlo en las calles céntricas de Anderson, una pequeña ciudad de trabajadores temerosos de Dios con una existencia apacible, que ven como lejanos los problemas que amenazan su forma de vida desde un lugar y un tiempo que están fuera de su entendimiento.
Eso es algo que ilustrará bien la serie Stranger Things, ambientada dos décadas después de la visita de JFK y que dentro de catorce días estrena nueva temporada. En su primera entrega (aquí tenéis el podcast definitivo, cuatro horas fantásticas para disfrutar a tope este fin de semana mientras refrescáis la primera temporada), cuando el profesor de ciencias proporciona a los muchachos protagonistas un set de radio-aficionado, estos piensan en la extensión del mundo al que tendrán acceso ahora. "¡Apuesto a que podríamos llamar a Nueva York ahora!", dice uno de ellos flipando. Mucho más lejos, les dice el profesor. "¿California?", pregunta otro de ellos, como si California fuese el límite del mundo que alcanzan a imaginar desde su pueblo de Indiana. Es la percepción de la realidad que existirá en esas comunidades del Medio Oeste hasta el cambio de siglo, por lo menos.
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